Aunque sólo está a 30 minutos en ferri, desde el Chile continental, cruzando por el Canal de Chacao, la verdosa Isla Chiloé, la más grande del archipiélago que lleva su nombre, es otro mundo. Las dieciséis iglesias que se agrupan en torno a Castro, en la costa este de la isla, son patrimonio de la humanidad, además los tradicionales palafitos (casas sobre soportes) salpican sus orillas. Al oeste, el Parque Nacional de Chiloé da cobijo a zorros, leones marinos y nutrias, proporcionando un espacio natural para andar en caballo, practicar kayak en el mar y pescar.

Santiago forma parte de esos placeres metropolitanos donde cuanto más ves, más encuentras. Los cafés funky y los clubes nocturnos salpican Bellavista, colecciones de arte del parque forestal van desde la era precolombina a la contemporánea, y la arquitectura cubre el espectro desde la iglesia San Francisco del siglo XVI hasta las torres de oficinas con vidrios espejados. Compra con los lugareños en el Mall Panorámico y prueba inolvidables sabores con la suculenta comida chilena.

Con vistas al Estrecho de Magallanes, esta aislada ciudad, situada al sur de La Patagonia, es un hervidero de entusiastas del trekking que luchan contra el viento en su camino al Parque Nacional de Torres del Paine, un lugar cubierto de glaciares, o en un crucero por el Antártico. No pases por la ciudad sin detenerte en la plaza mayor, la Plaza Muñoz Gamero, para admirar las mansiones que la jalonan, o el cementerio de la ciudad, con sus elaboradas tumbas, o el Palacio de Sara Braun y la Residencia Braun Menéndez, una muestra bien conservada de la huella que dejaron los acaudalados pioneros de la ciudad. Los vuelos diarios conectan la ciudad con Santiago y Ushuaia.