Aclaro que no nos alojamos en el hotel, pero sí fuimos a su restaurante uno de los días de nuestra estancia en Oporto. Y es sobre lo que voy a opinar mayormente.
Los salones del hotel, las terrazas, la ubicación, las vistas, la piscina, son estupendas. Es un hotel con clase. Pero escribo para comentar nuestra absoluta decepción con el camarero del restaurante.
Al llegar a la terraza del restaurante, en pleno mes de agosto, preguntamos si podía habilitar alguna de las mesas para que fuera factible comer bajo una sombrilla. El camarero antes que ordenar las mesas que había para que pudiéramos comer a la sombra, lo cual era perfectamente posible, pretendía que comiéramos en una especie de nidos de mimbre a pleno sol. No estábamos por la labor y esperamos a que alguna de las mesas estuviera libre.
Cuando ya estábamos sentados y pedimos los platos, el camarero, de nombre Manuel, no resultó nada apto para el lugar en el que estábamos. Un ejemplo de ello es que pedimos entre otras cosas una tabla de quesos, y tardó casi media hora en traernos el pan. Vamos que el vino ya casi se había calentado. La aptitud del mencionado camarero en todo momento fue de dejadez y falta de educación.
Una pena que un sitio tan bonito tenga ese personal, lo que hizo que un momento que debía ser agradable pues el sitio promete, se convirtió en una absoluta decepción.
Otra cosa a comentar es que la tabla de quesos, aunque rica, era de juguete. No solo en comparación con las que ponen en mi querida Asturias, sino que nunca ví una tabla tan pequeña...