Son pocos los rincones de nuestro querido litoral central que nos dan esa satisfacción de saber que no todo está perdido en manos del consumismo plástico y desechable. Estar una tarde degustando una infusión con un perfecto trozo de pastel alemán correctamente horneado y además escuchar un músico tocando el acordeón (muy bueno) te transporta a otros lugares agradables. Su personal y dueños preocupados y atentos, rinconcitos cómodos llenos de plantas y recuerdos que lo hacen sentir aún más acogedor hacen recomendarlo 1000% y pedirles que dejen sus autos a unas cuadras y caminen para no perturbar a los vecinos (además está multado si no es en uno de los dos que están reservados a los clientes). Aprovechen el bisque y la vista a media cuadra del océano pacífico en toda su magestuosidad.
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